domingo, octubre 14, 2007

La vida en un gesto, Maestro

Yellice Virgüez Márquez


Una sonrisa, un beso, una mirada... una lágrima. Razón tenía usted, maestro, al demostrar que en los momentos sustanciales de la vida humana, palabras sobran. Y no es que vuestro arte haya carecido de ellas y más allá… de literatura, sino que por llevarla en la sangre supo sin economías de esfuerzo hacerla esencial. Y entonces, una carcajada, un nudo en la garganta.

Saltó usted a los escenarios antiguos de su pantomimus original, y ahora se agotan las palabras para homenajear vuestro silencio. Queda el verbo facundo que profesó fuera de los escenarios. Queda un dolor en el pecho. Queda nuestro boatus universal en un sinfín de lenguas, y la imagen musical de vuestras manos. Mágicas. ¡Tanto vocablo no dicho ! cantor de sentimientos.

Arrullado con el canto paterno y la filosofía materna en vuestra Strasbourg natal, continuó usted los caminos que La Ruée vers l’or y Charlot abrieron ante sus ojos. Muy pronto en el horizonte vislumbró a Etienne Decoux, Charles Dullin y Jean-Louis Barrault, con quienes se adentró en el drama desde la mudez.

Hijo fugitivo de la segunda de nuestras guerras, fue usted el trovador de las siguientes con Bip, vuestro alter ego. Un digno descendiente de Arlequín, a quien supo amalgamar la herencia gestual de Chaplin con las expresiones de Keaton y de Langdon. Maestros inspiradores.

La pintura, pasión de vida, fue ese extraño azar que le hizo plasmar en el lienzo del gesto, la extensa paleta de colores humanos. Esculpió sus historias desde vuestra admiración a Rodin, y danzó sus pasiones con Isadora Duncan presente.

Y no fue la caricatura de la realidad pero sí la esencia de la misma la que expresó a través del surrealismo de Max Ernst y Marc Chagall, el cubismo de Picasso y los misterios de William Blake. Todo en un solo mimo… en un instante preciso, querido ilustrador de historias.

Como Pierrot del siglo XX y XXI, marchó contra el viento con un sentido agudo del poder de la imagen y del arte en la kinestesia. Vuestro arte en movimiento atravesó las fronteras con pasos ligeros y pulcro silencio. Creó escuela y la transmisión de su experiencia se convirtió en la dicción neta de la gloria.

Ofrendó con esplendor las cosas más sencillas : el vuelo de un ave, una flor. Poetizó miserias humanas y crudas aún más las presentó. ¿Tantas cosas necesitábamos callar... o decir... para siempre responder con aplausos frenéticos vuestros silencios?

Usted exhibió el mundo en un pestañear de ojos, estimado malabar de silencios. Recreó submundos de ensueño y combatió con molinos quijotescos. Todo en historias que emergen, crecen, se transforman y estallan, cual burbujas de jabón, con tan solo un gesto. Por todo eso, maestro, y por todas las cosas que quedaron por contar... o callar, nuestro aplauso de vida en silencio, una reverencia, una flor. Y hasta el infinito una sonrisa, el recuerdo… un guiño.


« La palabra no es necesaria para expresar lo que se siente con el corazón »
Marcel Marceau

Simplemente él, en Japón (1960)