viernes, abril 03, 2015

Una vida de película


Falleció Manoel de Oliveira y no solo Portugal sino el cine de todo el mundo está de luto. Aunque, esperen, un momento... Tenía 106 años, más de 60 películas y nunca supo de jubilación. Trabajó hasta los últimos días de su vida porque, desde el año 2014, preparaba otro largometraje. Convirtamos, de pronto, esta nota fúnebre -que nunca pretendió serlo- en un acto de celebración. Dichosos debemos sentirnos en coincidir, aunque sea en tiempo, con una vida como esta, llena de retos, sueños, cine, literatura, música y hasta un récord Guinness.

Sí, un récord Guinness, el de convertirse en el cineasta más viejo del mundo cuando tenía 102 años. Estoy segura de que pocos habrían apostado en que Manoel de Oliveira superaría su propia marca. Así y mucho más profundas son las vidas de película: increíbles, fascinantes, inspiradoras. Ni la edad ni la crisis detenían su ritmo de trabajo. Cuál crisis? Desde su debut como director, hace 84 años, este portugués nacido en Porto vio desfilar ante sus ojos todo tipo de conflictos bélicos, revoluciones, hambruna y miserias. Filmó de todo aunque siempre desde sus fibras más sensibles: la literatura, la poesía, la pintura y el amor por ciudad.

Porto brilla hoy con un sol resplandeciente en esta Pascua. No podía despedir de otra manera a uno de sus hijos más insignes, quizá uno de los que más la quiso, incluso desde los tiempos en que el fenómeno del turismo chárter europeo volteaba la vista a la romántica ciudad de mercaderes, Douro, mar y vino. Manoel de Oliveira la amó, y eso se constata en algunos de sus trabajos. "Anikí-Bobó" (1948) es uno de ellos, uno de los más célebres aunque no el único.

En este fotograma están los protagonistas de Anikí-Bobó, quizá el filme de Oliveira más apreciado en Portugal


Su cine no fue del masivo taquillero, pero sus obras estaban siempre presentes en cuanto festival de cine tuviera lugar, en cualquier lugar del mundo. La razón es que Oliveira creó su estilo y marcó pauta desnudando con neo-realismo la sociedad pacata de su momento. Él desnudó la palabra del entonces reciente cine mudo, y desnudó la imagen. Cosa impensable! Desde entonces, ya hace muchas décadas, se convirtió en una suerte de "tótem" del cine portugués, y en un "gurú" tan cautivador como autoritario en el séptimo arte universal. Marcello Mastroianni, Catherine Deneuve, Jonh Malkovich y Michel Piccoli se cuentan entre las estrellas que participaron no en una sino en varias de sus películas.

En el tiempo que llevo en estas tierras, he admirado cómo el pueblo luso tiene presente no solo la figura de Manoel de Oliveira sino sus películas, lo más importante para un cineasta común, después de todo. Solo que, dos cosas: ni Oliveira fue siempre apreciado por sus coterráneos, ni para él lo más importante eran sus películas.

Cuando en 1931 rueda su primer cortometraje, "Douro, faina fluvial" (o "El Duero, trabajo fluvial"), Oliveira es criticado ferozmente por el aspecto naturalista de su producción. Él sigue filmando, no se detiene, aunque para hablar de justo reconocimiento en su país tendrán que pasar 60 años. Se dice que, aún siendo un octogenario, las élites portuguesas no lo querían. Sin embargo, por esos giros del arte y de la sociedad, basta que se tengan reconocimientos fuera para que se aprecien en el terruño. En honor a su trayectoria, ya distinguida en otras latitudes, a sus 100 años, este cineasta portugués recibe la Palma de Oro en el Festival de Cannes.

El cineasta portugués posa con dos de sus actores fetiches: Catherine Deneuve y John Malkovich


Desde que debuta como realizador, Manuel de Oliveira conjura una lucha contra el tiempo. Conforme transcurren los años, más frenética es su producción cinematográfica. Hace algunos años se propuso rodar una película por año, y lo cumplió. "Filmar es mi trabajo y mi pasión", afirmaba con frecuencia Oliveira, y concluía: "Mi vida ha pasado muy rápido, no tengo tiempo qué perder".

El cine era su pasión aunque, por contradictorio que parezca, no tanto el alcance de sus películas. Para Manoel de Oliveira, la mística al hacer cine, la búsqueda constante de la imagen y sus encuadres, era más importante que el hecho de contar con un filme apreciado por el gran público. Él era una suerte de artesano de la imagen, y colocaba en segundo o tercer plano las exigencias comerciales del mercado.

Su muerte ahora hace a los medios a destacar, al menos, cinco obras maestras. Yo no las he visto todas. No reproduciré una lista de películas que los colegas repiten. Haré referencia, sin embargo, a uno de sus trabajos "menores" que a mí me conmueve mucho. No es un largometraje sino un documental: "O pintor e a cidade" (1956), una oda a su ciudad natal a través de grabados antiguos y las acuarelas del pintor António Cruz. No hay diálogos solo imagen, sonido ambiente, movimiento y música, interpretada por el Orfeón de Porto y, también, la agrupación Madrigalistas.

El gobierno de Portugal y las autoridades de la ciudad de Porto decretaron 2 y 3 días de duelo oficial, respectivamente. No es para menos. Uno de sus hijos predilectos se va aunque para estar mejor, Oliveira da un paso a la eternidad.




Manoel de Oliveira colabora con Wim Wenders en la película "Lisbon Story". Aquí lo tienen, hablando sobre el arte, la memoria, el cine y, al final, hasta imitando a Chaplin




O Pintor e a Cidade (1956)