miércoles, julio 26, 2006

La Terreur


Yellice Virgüez Márquez


Lejos está Francia de aquel país que hostigado en medio del episodio de El Terror, vivía temeroso los excesos de la inicial noble causa de Robespierre, Saint-Just y Couthon. La defensa diabólica de la libertad ante la monarquía y el federalismo, llevó a sus propulsores a ser condenados con la misma ferocidad con la cual ellos ejecutaron a todos quienes etiquetaron “enemigos”. En la actualidad, después de 211 años, la quinta República gala es enjuiciada por la población multicolorida y culturalmente diversa que es fecunda, y no sólo en las banlieues parisinas.

Es una muestra de hastío social más que de simples "motines" como les califica el primer ministro Dominique de Villepin, tras la oficialización de la "calma" en territorio francés. Es una protesta incendiada y cotidiana que coloca al gobierno galo al borde de la guillotina, y no precisamente porque la élite política o la misma sociedad francesa se haya investido de “incorruptible”.

La instauración del terror esta vez por integrantes del estrato social más desfavorecido, no es en lo absoluto un acontecimiento aislado. Es producto de un sistema social que da fieles muestras de colapso pero, más aún, de una práctica de tolerancia social que no es tal. Es una revolución real que transita los días entre segregación, discriminación, racismo y la sombra de la ideal Libertad, Igualdad y Fraternidad.

El aluvión de protestas reciente alcanza los titulares internacionales en nombre de otro opacado en el verano pasado por la consulta constitucional europea. Un episodio que sentó la crisis política y social francesa actual, en medio de la negación al Tratado y los ardientes enfrentamientos entre las comunidades árabes y gitanas del Sur.

El Terror de ahora sangra día a día por los principios marianos de la Revolución de Rousseau. Estos "sans-culottes" son, es cierto, quienes en su mayoría poblan los ya no tan alejados barrios periféricos, pero también quienes oriundos de otras tierras respiran el mismo aire y ganan la vida con doble esfuerzo.

Tomada la palabra esta vez sin miedo por una indisociable parte del pueblo francés, quedan aún los fantasmas de un descontento social que volverá a estallar, y un repudio a todo lo que vincule la debilitada economía del hexagonal con "crecimiento" de la Comunidad Europea.
En esta cantera intercultural en la cual hierven hasta la desintegración todos las aspiraciones de un “standard europeo”, El Terror azuza a todo ciudadano y a través de ellos se propaga de generación en generación. No es obra del "romanticismo histórico" de Víctor Hugo, es una lectura de la realidad en un país que se alista en un proceso contrario al que enarboló como piedra angular en el pasado.

La ola de protestas que acosó recientemente numerosas ciudades francesas fue controlada por un intenso dispositivo de seguridad. Toca entonces cuestionarse hasta cuándo y, también, de qué manera podría dominarse la intolerancia social en un país de calle y osamenta cosmopolita. ¿Cómo se puede dar coto a la práctica común de segregación laboral frente a esa juventud de orígenes árabes, por ejemplo? La simple prohibición de dichas prácticas no es eficaz. La acción de "afrancesar nombres" para burlar las barreras ante una primera entrevista, es común.

El debate ya comenzó y se escuchan respuestas demagogas o argumentos superficiales para una problemática más social que económica aunque sea ésta última un elemento importante. En el seno del Elyseo los principales cargos defienden a toda costa una función de árbitro que en los últimos tiempos ha quedado en entredicho.

El proceso de reflexión al cual debe someterse toda la sociedad francesa es imperativo. La Terreur incita diariamente y en especial a todos quienes desde esta antigua tierra de Galos, sin escapatoria ni comité de clemencia, tienen sus conciencias al borde del filo.

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